6/01/2011

Kiko Amat. El amigo cercano... Pt. 1


“Cosas que hacen BUM” y “Rompepistas” son las últimas dos novelas del escritor catalán Kiko Amat, un nombre que en los últimos dos años ha cobrado fuerza en Mexico, y hablo específicamente dentro de la escena Mod/Reggae donde la pandilla Skinhead y los jóvenes Mods capitalinos han encontrado un vinculo con los personajes de las novelas. Además el blog/fanzine “La Escuela Moderna” que Amat dirige junto a su hermano, al igual que su página web Bendito Atraso son preferidos del público mexicano y un básico virtual para muchos de nosotros.
Por todo esto la intención de aplicar un interrogatorio al escritor catalán estuvo siempre presente, sobre todo la de indagar sobre su pasado Mod y la influencia que este tuvo en él (reflejo que muchos avistamos en sus textos) amen de su pasado fanzinero sin dejar de lado su producción literaria. Sus respuestas. Sinceras, explosivas y extensas son del tipo que nos gusta publicar dentro de Friday On My Mind

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Háblanos un poco de ti, cuéntanos algo que no esté al reverso de un libro o flotando en la web. ¿Quién es Kiko Amat?
Un tipo con notable sentido del humor a pesar de (o precisamente gracias a) la dolorosa concepción del propio patetismo, vanidad, fragilidad y miseria, un señor mayor, un tipo normal (aunque con demasiados discos y libros), un escritor entusiasta, un padre de grotesca fachada exterior aunque vasto corazón, un ex-mod 80’s, un amigo de los skins y los punks, un gordo en ciernes (todo se andará), escaparate de tatuajes inmundos, anglófilo y alfeñique (las dos cosas de nacimiento), y un tío locuaz, en general, al que le gusta estar en bares y abrazarse y reír con gente que no es nada, que es solo gente, y un señor que por tanto no se pasa el día enarbolando intelecto-estudios-afiliaciones-proyectos. I suffer no fools gladly, amigos.

¿Cuál fue tu primer acercamiento al universo de los detalles imperceptibles, de los grandes soundtracks y las obsesiones? y lo más importante… ¿cómo fue?
Mi visión está en un artículo que publicamos en La Escuela Moderna llamado “Los años del frescor”, y que habla precisamente de la aparición mariana que representó para mí el avistar a los primeros mods de mi pueblo en 1985, y los cinco años de intensa (aunque crítica) actividad partisana en el modismo ochentas (un culto que, por otro lado, no se parece en casi nada al actual). Pero era anglófilo desde cuarto o quinto de EGB, no sabría decir por qué. De aquello –el modismo- conservo algunos tics y querencias, entre ellas la atención al detalle (no sólo estético), a la belleza, a la tradición y la pureza de emoción. Los referentes externos desaparecieron con el pasar de los años, si exceptuamos las camisas button-down y una Vespa geriátrica que llevo desde que tenía 19 años. En lo demás tan solo soy un amigo cercano de esa subcultura, aunque distanciado y nada militante, y desde luego nada incondicional.

¿Cómo era la vida de un Mod de extrarradio en los años 80’s?
Yo lo recuerdo como una vida con completa sensación de pertenecer, y de vida de pandilla, tanto con los mods de Barcelona como con mis amigos skinheads de Sant Boi. Durante unos años, esa gente era mi familia, y pasé junto a ellos tantas horas, tantas desgracias y alegrías, y tantos momentos extremos e inolvidables y cambia-vidas, por una u otra razón, que no creo exagerado afirmar que nadie en el mundo me conoce mejor que mis viejos amigos de adolescencia. Conservo la memoria y la pena y la exultación de mis diecisiete años en el lugar más limpio de mi alma. Si te referías a vida cotidiana, yo lo recuerdo como fiestas, fanzines, anfetas, discos, instituto, novias y un montón de excéntricos y fascinantes tipos que ya no existen y nunca volverán.


¿Qué ha cambiado de aquel entonces a la fecha?
Para empezar, los mods (no tanto los skinheads o rockers, que sí pueden envejecer) deben ser jóvenes. Me parece fantástico que la gente siga afiliada al culto a los 40 (por melancolía, por amigos, porque para ellos significa otra cosa, porque se casaron a los veinticionco y ahora –post-divorcio- quieren volver a sentir algo de aquella veloz y bonita pertenencia), pero de la forma en que yo lo viví, las creencias que llevaba adscritas el asunto no eran el amor a un determinado set de sonidos, o a una época, sino unas –por completo- autocombustivas pasiones por la propia juventud (en mi época no encontrabas a nadie mayor de 22 en los mod clubs; el tío más viejo de toda la escena tenía 25 años, y para nosotros –que teníamos entre 17 y 19- era casi Matusalén), y la furia, y religiosidad, y beligerancia perenne, que son radicalmente insostenibles pasados unos años. Esto es así, y de hecho era lo bello del tema, para mí: amar algo con tanta intensidad no puede perpetuarse siempre, no puede congelarse en su concepción inicial, con toda esa hermosa inocencia (la inocencia es lo primero que suele perderse en las subculturas, al pasar unos años). Por añadidura, yo era mod de extrarradio, y ochentas: por tanto en el cóctel hay que añadir un comportamiento semi-delincuente y pendenciero de banda que sí deja de ser digno (o llevable) pasados los veinte. Ahora tengo 40 años: me chiflan los discos, pero nunca los clubs (odio los clubs, de cualquier persuasión), me importa un pimiento la ropa (y me aburro como una ostra cuando alguien me habla de ella), me paso la vida en calzoncillos escribiendo historias en una habitación oscura, y cuando emerjo de ella solo quiero estar con mi familia y mis hijos, o con mis amigos más queridos platicando apaciblemente (o furiosamente) en bodegas, o leyendo libros magníficos en mi chaise longe. Si lo dicho no suena muy mod es porque, obviamente, no lo es. Ni ganas.

¿Qué tanta influencia tuvo en tu vida tuvo el haber sido Mod?
Total. Aunque jamás lo consideraría algo deseable para mis hijos. Me explico: en mi caso, lo mod fue mi primera salvación, y eso no es lo mismo que decir que sea algo recomendable para todo el mundo. Para mí y para mucha otra gente semi-dañada que conocí -nerds y freaks y pésimos atletas y acomplejados y tísicos del mundo- la afiliación a vida o muerte subcultural fue la gran tabla de salvación, redención, orgullo, pasión y dirección de nuestra juventud. Pero que te parezca sensacional encontrar una balsa (bonita, encima, y no extraviada) en medio del oceano no es lo mismo que decir que desearías volver a estar naufragando en busca de algo flotante entre los tiburones. Preferiría tener menos traumas y gilipolleces en la cabeza, en resumen, que reencontrar lo mod. Pero las cosas no iban a ir así, y la iluminación modernista me salvó, es cierto. Pero no me hizo mejor persona, no creo (otros encuentros y aprendizajes servirían esa función). Creo que en ese sentido lo mod es una religión que suele (o solía) cincelar a tíos excepcionalmente fascinantes, con ideas e imágenes afiladas e intensas, individualistas que harían cosas elevadas y puras, pero que no estaban muy bien dotados en la empatía o el arte de amar, o dejarse amar, o confraternizar con otros humanos. Ese es el punto flaco de la modidad, en cuanto a pack de ideas: como coraza, inspiración y endurecedor espiritual, el modismo es una maravilla, pero como escuela de la vida posee muchas minusvalías, y siempre termina siendo una cosa de “la gente es imbécil porque no conoce a Slim Harpo; yo soy la monda porque sí lo conozco”. Pero la gente no es imbécil, y si lo es seguro que no es por Slim Harpo. Las mejores personas que se han cruzado en mi vida no tenían un solo disco o pantalón hermoso; no eran maravillosos por eso, porque esas cosas no hacen que alguien sea mejor o peor persona. Son accesorios que sólo merecen mención cuando alguien sí tiene el alma y la mirada limpia. De no ser así, son solo posesiones sin trascendencia alguna más allá de la locura completista-acumulativa o la ostentación estéril.


Continuara...

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